Málaga, España

Septiembre, 1691.

 

Mi nombre es Sofía. Tengo veinticinco años, en los que he sido niña, monja, y ante el juicio de muchos, llamada puta, una especie de demonio para los ojos que me juzgan. Todo esto es imaginable porque soy mujer, lo que posibilita ser más de una cosa a la vez.

 

Voy a ser madre. Hace siete semanas no llega mi período. Conozco mi cuerpo a la perfección. Tengo dolor de mamas, anunciando que algo se transforma y crece. Siento piquetes en la matriz, pulsaciones dentro. Las cuentas salen. Debería sentirme feliz, pero estoy llena de miedo. ¿Llegaré a escuchar el sonido de Dios de los labios de mi bebé? ¿Conoceré su risa? Van a matarme. Ser mujer es una experiencia dolorosa. Ser madre es hacerse vulnerable para siempre.

 

Mi historia no es sencilla de relatar. El simple hecho de escribirla revive el pánico de quien se atreve a hablar su verdad. Hay tantas muertes narradas en mi cuerpo.

 

Voy a intentar contarla, como quien canta, como quien intenta volver a casa con su canto. A la casa de la memoria, hogar, al gran útero donde se preservan los registros originales de la encarnación. Quizá en mi intento llegue a ser madre por primera vez y consiga escribirlo todo. Recordar y no olvidar: que del sexo proviene el milagro de la existencia.